Poétesses d'expression française (du Moyen-Age au XXème siècle)

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Arenal (Concepcíon) 1820-1993

Arenal (Concepcíon)

1820-1993

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La educación de la mujer y la del hombre (1892)

 

 

Fábulas

 

El hierro y el topacio

 

¿Por qué tan preciso al mundo

-dijo el hierro amostazado-

soy meno que tú pagado?

¡de pensarlo me confundo!

Ni cabaña ni palacio

existir puede sin mí;

¿tú para que sirves, dí?"

Y le respondió el topacio:

"Una sencilla verdad

te dará la explicación:

tú sirves a la razón,

yo sirvo a la vanidad.

Fijos dos hechos verás

aunque de justicia ajenos:

que la razón paga menos,

la vanídad paga más".

 

 

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El río y el arroyo

Naciendo uno de ella al par
El otro en remoto suelo,
Un río y un arroyuelo
Llegaban juntos al mar. 
En ancho cauce y profundo
Turbio corría el primero;
Estrecho, claro y somero
Deslizábase el segundo. 
Huyendo la muchedumbre
Y de un niño en compañía,
Un hombre a dar acudía
Su paseo de costumbre. 
Este rato de solaz
Aprovechóle en correr,
Hizo gana de beber
Y beber quiso el rapaz. 
Díjole el padre: «No ves
Que estás en sudor bañado?
Reposa un tanto a mi lado
Para que bebas después». 
El muchacho obedeció,
Que era de condición buena,
Y sentándose en la arena
A refrescarse esperó. 
Como está impaciente, muda
Una y otra vez de asiento,
Mas parándose un momento,
Formal expone una duda: 
«Por qué será, padre mío,
Esto que siempre reparo?:
¿Cómo está el arroyo claro
Y no lo está nunca el río?.» 
«Hijo, allí cerca del mar
Nace puro el arroyuelo,
Y nada encuentra en el suelo
Con que se pueda enturbiar; 
Si hallare casualmente
Tierra que enturbiarle deba,
Nunca a los mares la lleva
Su escasa y débil corriente. 
Viene de lejanas tierras
Este río caudaloso
Y por terreno fangoso
Y por montes y por sierras. 
Y pasa por las ciudades
Cuya inmundicia, hijo mío,
Enturbia el agua del río
Como el alma sus maldades. 
Y más la orilla dilata
Y cada vez más potente,
Su irresistible corriente
Todo al pasar lo arrebata.


 Enturbiado éste y profundo,
Claro y no profundo aquél,
Nos presenta un cuadro fiel
De lo que pasa en el mundo: 
El que apacible y serena
Busca sencilla la vida,
¿Habrá cosa que le impida
Hallarla dichosa y buena? 
Mas sintiendo la inquietud
De alguna grande pasión
Peligra en el corazón
La ventura y la virtud. 
No olvides nunca, hijo mío,
Que es difícil, te lo juro,
Ser como el arroyo puro
Y ser grande como el río.»



El león enfermo


Enfermo y gravemente
De los bosques hallóse el soberano
LEON, como decimos vulgarmente.

Su estómago, hasta allí cual pocos sano,
Ni el más leve sustento digería
Sin dolor infinito,
Aunque su majestad sólo comía
Lechón, tierno cordero, algún cabrito.

Si era efecto del tiempo esta dolencia,
Si de grave pesar, de incontinencia
O del rudo trabajo y los desvelos
Con que, grato a los dioses, se afanaba
El cetro a sostener de sus abuelos
Para el público bien y por su gloria,
Es un punto dudoso de la historia.

Mas lo que está probado
De un modo positivo y concluyente
Es que, al verse doliente,
Tuvo su majestad la extraña idea
De reunir al punto una asamblea
Y en ella discutir de cuál sustento
A su estómago débil convendría,
Y de cuál se abstendría
Por nocivo e indigesto.

La turba cortesana, por supuesto,
Al escuchar del rey el pensamiento
Le pareció muy bien, según costumbre.
Envíanse correos
Que veloces recorran los estados
Para que diputados
Envíe cada especie al gran congreso.

Reunida por fin la muchedumbre
Jura dar en conciencia
Su humilde parecer, de cuyo peso
Será juez el monarca; y él primero
Expone con voz débil su dolencia.
Hablar le toca, y habla un carnicero
Diciendo que el enfermo se alimente
Con abundante carne ensangrentada.

Levántase otro que de aquel disiente,
Pues aunque sea cierto
Que es la carne alimento grato y sano,
Más saludable fuera al soberano
De animal que ya días lleve muerto.
Un herbívoro en turno estaba luego,
El cual, con voz sonora y mucho fuego,
Dijo que el rey en breve moriría
Si obstinado seguía
Cubriendo de cadáveres su mesa.

«La verde yerba, la sabrosa fruta,
El rubio grano y el panal dorado,
Que la vista recrea y embelesa,
Decía el oso le darán la vida.»
Fue su idea aplaudida
Pero trabóse en breve una disputa
Entre los pitagóricos señores.

El maíz, la cebada y el centeno,
La uva, la castaña, la bellota,
El regaliz, el heno
Y cuantos vegetales
Alimenta la tierra en su ancho seno,
Tuvieron, entre aquellos animales,
Fieles, si no ilustrados defensores.

Y cada cual al rey le recetaba
El alimento mismo que él usaba.
Después de mucho tiempo y gran ruido,
El punto dio su majestad leonesa
Por suficientemente discutido:
Le puso a votación y con gran priesa
En lugar de pesar, los votos cuenta.

La Prudencia (aunque extraña cosa sea
Verla en una asamblea)
Estaba allí (de paso, por supuesto),
Que en tales reuniones no se sienta.
E imponiendo silencio con un gesto:
«Rey infeliz, le dijo eres perdido
Si en recibir consejo así consientes
De seres que de ti son diferentes;
Y una vez que consejo hayas pedido
Tienes tan poco seso
Que el número calculas y no el peso.»

El monarca la oyó sin hacer caso
Y, viendo que de aquellos animales
El número menor por carne estaba,
Resolvióse a vivir de vegetales.

Pero el nuevo alimento
De tal modo al monarca repugnaba
Que muy poco tragaba
Y eso con asco mucho y gran tormento.
A poco que este plan hubo entablado
Murió de inanición el desdichado.

Cuando muchos votos son
Como eran en esta historia,

No cuentes con la memoria
Pésalos con la razón; 
Ni busques jamás consejo
En hombre que no es tu igual,
Aconsejarate mal
Aunque bueno, sabio y viejo, 
Cada cual juzga por sí;
Dirate la verdad fiel,
Pero ¿qué verdad? La de él,
Que no es verdad para ti.



El mastín y el gallo


Sabido es de cada cual
Que aún mucho más que el caballo.
Entre los vanos, el gallo
Es vanidoso animal.

Había en cierto lugar
Uno que el cuello inclinaba
Cuando la puerta pasaba
Por temor de tropezar;

Y era risible el temor,
Que en un portón como aquel
No llegaría al dintel
Siendo cien veces mayor.

Estábase en el corral
De la casa por guardián
Un juiciosísimo can,
Y cansado de ver tal

Díjole: «Señor gigante,
Lleve la cabeza inhiesta,
Que antes de dar con la cresta
Aún ha de crecer bastante.

¿No ves como no se baja
Un hombre aunque esté montado,
Y que nunca han tropezado
Los carros que traen paja?

¿Cómo, ¡voto a Belcebú!,
Donde no pueden llegar
Imaginas alcanzar
Siendo más pequeño tú?»

Quedóse el gallo corrido
No sabiendo qué decir,
Y cuando volvió a salir
Fuese con el cuello erguido;

No porque tuviera prisa
Su error de reconocer,
Sino que llegó a temer
Del can machucho la risa.

De la ciencia en el umbral
Lo mismísimo se viera
Si puerta visible hubiera
Como había en el corral.



03/01/2015
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